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"Qué tristeza la Argentina". Imprimir
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Martes, 27 de Enero de 2015 23:05
Por Eduardo Fidanza
 
Ya nada será igual en la Argentina de los próximos tiempos. La muerte del fiscal Nisman, cualquiera que sea su causa, marca un antes y un después al inicio del 2015, el año de la elección presidencial. El hecho significa, además, un desafortunado cambio de género en nuestra vida pública. La política argentina había tenido la paradójica virtud de oscilar en los últimos tiempos dentro de los parámetros del drama o el psicodrama, pero desde ayer ingresó otra vez en la tragedia.
 
La muerte vuelve a irrumpir en la escena, clausurando años de debates férreos pero incruentos. Regresan como un sino la sombra de los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel, el asesinato de José Luis Cabezas, la desaparición de Julio López y otros crímenes encubiertos y muertes sospechosas ocurridas en democracia. También, aunque en otro plano, el caso tiene concomitancia con los desastres de Cromañón y la estación Once.
 
Todos estos hechos poseen un común denominador: sus causas remiten a fallas severas en el funcionamiento del Estado, que fracasa en su rol central e insustituible de garantizar, con neutralidad y equidistancia, el funcionamiento organizado, seguro y fiable de la sociedad. Cuando ese papel queda vacante, la comunidad padece un doble trauma: por un lado, el sufrimiento y la muerte inmediata de las víctimas; por otro, la sensación de insondable ausencia de autoridad, control e información. Por esa falla se filtran los tóxicos que corroen la vida social: sospecha, incredulidad, paranoia, nihilismo, anomia, resentimiento, temor. Es como si la sociedad se dijera a sí misma: si el Estado, que debía protegernos, desertó, alguien, con malas intenciones, provocó el desastre. A partir de ese trágico desengaño cualquier intento de explicación es tan factible como dañino. Ante el desfallecimiento del Estado, a la imaginación social todo le está permitido.
 
Aunque la responsabilidad del kirchnerismo es ineludible, el caso Nisman debe provocar una reflexión que vaya más allá de la circunstancia. La tragedia estatal no compromete sólo a un gobierno sino al conjunto de los dirigentes de un país. Es la oportunidad para reflexionar sobre algo más profundo, la grave responsabilidad de la clase dirigente en haber transgredido, históricamente, lo que debería ser un tabú: no contaminar con intereses sectoriales, de naturaleza política o económica, la neutralidad y la transparencia estatal para garantizar el funcionamiento de la sociedad. Un Estado colonizado por intereses privados deja de proteger la vida y los bienes del conjunto para servir a los fines espurios de los que se apoderaron de él. Cualquiera que sea el modo en que murió el fiscal, su trasfondo es una guerra entre grupos que se apropiaron del Estado sin que el gobierno de turno supiera, pudiera o quisiera hacer algo para impedirlo.
 
La sociedad informada y conmovida aguarda una respuesta de sus autoridades. Será de poco valor una "historia oficial" si la mayoría no cree en ella. Tal vez incida el modo en que Francia respondió a los recientes atentados. Los argentinos vieron a una sociedad movilizada y a un gobierno rápido para esclarecer y sancionar lo ocurrido. Tal vez anhelen que esto se reproduzca aquí ante el caso Nisman. Aunque el desarrollo cívico e institucional de la Argentina no pueda compararse con el de Francia, el ánimo de la gente de salir a la calle y la rápida decisión del gobierno de desclasificar los archivos de la ex-SIDE quizá marquen el camino correcto. Quién sabe.
 
Pero no todo se agota en medidas y decisiones. Otra dimensión, propia de las tragedias, difícil de atender y mensurar, compromete los sentimientos más profundos. "Qué tristeza la Argentina", se escucha repetir en estas horas. Es la expresión de cierto hastío, de una mezcla de frustración, pena y vergüenza por un país que no acierta el rumbo, que no aprende de sus errores, que echa a perder las oportunidades, que es imprevisible.
 
Desde aquí habrá que remontar el camino. Acaso sea bueno suspender por un momento la contienda política coyuntural para entender la entidad del problema e intentar darle, por fin, un tratamiento adecuado y profundo".