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Un pueblo sin ley ni lógica Imprimir
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Domingo, 12 de Abril de 2015 09:01
Por Carlos Manzoni*
 
En esas cuatro cuadras por ocho se encerraba un universo diferente, único, que no respondía a las leyes físicas, jurídicas, morales o sociales del resto de la Humanidad. No era ni mejor ni peor que cualquier otra comunidad: era (y aún lo es) Colonia Seré, un pueblo de poco más de 600 almas, perdido en algún lugar de la Argentina.
 
Allí el año podía tener 465 días (al menos así era para las zapatillas que Pilín decía usar durante ese tiempo, sin que nadie le dijera lo contrario), la “Colimba” podía durar un año y 14 meses (nadie le avisaba al Loco Guaso que era más correcto decir dos años y dos meses), bastaba medir 1,60 metros para ser un gigante (que es lo que Chengo Borges suponía debía estar midiendo Godzila, cuando exclamó “Paaa, qué alto estás… debés medir como uno sesenta). La forma de medir tiempo y altura no era lo único alterado.
 
La “Gorda del milico”, como conocían todos a Eva, la esposa de Rodríguez, el policía del pueblo, tenía tanto o más poder que su compañero de vida. Por andar con una pelota en la plaza te podía tener todo el día “preso” hasta que terminaras de correr dos metros la parva de cañas que tenía en el patio. Eso sí, debían llevarse de a una. Años después, cuando “Huevo duro” fue policía, su autoridad era ya infinitamente menor que la de la “Gorda”, tan menor que cuando quiso parar la picada que Coco Mansilla corría en su Citroen 3CV, debió tirarse a la cuneta para no ser atropellado por el auto y la malicia de su conductor.
 
Los entreveros amorosos no escapaban a esta lógica. Cuando la Batata se le retobó a Leudonio Riggi, “Mesita de luz”, apodo que recibió porque le faltaban los dos dientes del medio, lo que asemejaba el cajón abierto de ese mueble, no jugaba entre ellos ninguna ley positiva. La Batata se fue con Mario Torales, un negro pendenciero al que apodaban “Cobra”, hizo una fiesta y se casó con él, sin que nada ni nadie pudiera impedirlo… ni siquiera el matrimonio que años antes había consumado “con Mesita…”. El comentario en el pueblo por una semana fue: “Viste que la Cobra le llevó la Batata a Mesita”. Uno de los dos hijos de esa pareja era el retrato en miniatura de Cobra y por eso éste quería hacerle un DNI (nadie pudo convencerlo de que, en todo caso, lo aconsejable era un examen de ADN). Años después, la Batata volvió con “Mesita…”. Los 2000 años de derecho romano son sólo un detalle en Seré.
 
Por eso no extraña que sus habitantes no se hayan resignado a los caprichos de la Naturaleza, que cortó toda posibilidad de salir del pueblo en medio de las inundaciones. Salvo por la vía… pero claro, el tren hacía ya rato que se había olvidado de pasar por allí (cuando quiso acordarse, tiempo después, los rieles ya no lo resistían). No una, sino tres “zorritas ad hoc” fueron construidas en menos que canta un gallo. El Gordo Curti, el Nene Rojo y el Manco Pérez fueron los Leonardo Da Vinci (un póco rústicos, es verdad) del pueblo. Ya se podía salir para América o para Tejedor, a cambio de unos pesos. Claro que el asunto tenías sus bemoles. No había horario de salida ni de regreso (lo puso bien en claro el Gordo Curti cuando un domingo dejó varado en Tejedor a un grupo de pasajeros y nunca volvió).
 
Pero la peor parte se la llevaban las señoras adineradas que debían someterse a la brutalidad del Manco Pérez cada vez que la necesidad, más hereje que nunca, las obligaba a pasar por él para ir al banco, la peluquería o algún otro trámite en las ciudades vecinas. “Vaaaaaamos, apure que no tengo todo el día”, les gritaba el hombre mientras las apretujaba contra los fierros grasosos del cachivache a motor, como vacas viejas que son arreadas hasta un camión.
 
Peor suerte que las “copetudas” tuvieron dos guardas de Ferroexpreso Pampeano (que aunque no pasaba más, cada muerte de obispo hacía inspecciones). Estaban a 1000 metros de cruzarse con la zorrita del Manco, cuando lo divisaron y empezaron a hacerle señas para que saliera de la vía. “Ni locos, Papel”, sentenció él a su sobrino, “Papelito” Fernández. Uno de los guardas se tiró a la cuneta cuando faltaban 200 metros para el choque. El otro, bajó transpirado del susto e intentó sacar la zorra oficial de las vías. Estaba en eso cuando el Manco, que ya venía frenando, colisionó y, con el efecto del golpe, lo desmayó y lo “chupó” debajo del armatoste. La gente gritaba, “Papel” estaba blanco y el guarda inmóvil y mudo. Sólo el Manco se oyó entonces: “¡Pero mirá Papel, cómo venimos a hacer cagar un cristiano al pedo!”. Claro, si hubiera sido en una pelea por una mujer o por el cobro de una deuda, la cosa habría sido distinta. Por suerte, el guarda solo estaba desmayado.
 
* Carlos Manzoni
 
Trabaja como periodista en la sección económica del diario La Nacion, pero también se apasiona porcontar historias. Dijo Manzoni:"Espero poder transformar en palabras todo mi mundo interno lleno de relatos y anécdotas de pueblo. Los invito a leerlas y espero sus comentarios".
 
https://carlosmanzoni.wordpress.com/
 
Un pueblo sin ley ni lógica