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Mientras en la Argentina, otra vez, no empiezan las clases, dos fotos de Japón testimonian el compromiso y la pasión por el estudio Imprimir
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Domingo, 05 de Marzo de 2017 20:04
Por Alfredo Serra
 
En el país del Sol Naciente, ni las peores tragedias -como la bomba sobre Hiroshima en 1945 o el terremoto y tsunami en 2011-impidieron que los niños cumplieran con un luminoso ritual: abrir sus libros y cuadernos, y avanzar en la aventura del conocimiento
 
A las fotos que ilustran esta nota le bastarían sólo epígrafes. Lugar, fecha, suceso. Apenas 140 caracteres para cada una.
 
Pero si así fuera, aun con la fuerza del contraste, se perdería la profundidad de su mensaje y de su ejemplo.
 
Apenas pasado un mes desde la bomba sobre Hiroshima –80 mil muertos en los primeros segundos, 150 mil en total, más las terribles secuelas: cáncer y deformidades–… ¡los maestros y los alumnos retornaron a clase!
 
Sobre la tragedia y la devastación, las lágrimas y el luto, esa ciudad despedazada por el primer acto de la Era Atómica no olvidó la clave, el código esencial del conocimiento humano y del progreso social: la escuela, la educación, "la luz sobre la noche de ignorancia", como alguna vez, niños, cantábamos en el Himno a Sarmiento…
 
En inviernos helados, en patios helados, temblando debajo del guardapolvo almidonado, pero (algunos, al menos), con un nudo de emoción en la garganta.
 
La bomba sobre Hiroshima cayó en 1945. Pero otra tragedia –ésta, inevitable– volvió a poner a prueba al Japón: el terremoto y el inmediato tsunami de 2011 en el oeste del país: casi 20 mil muertos y pérdidas materiales incalculables.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Treinta días después del terremoto y tsunami, 2011
 
Pero poco después, amaneciendo sobre las ruinas, maestros y alumnos repitieron el luminoso ritual: abrir sus libros y cuadernos, y avanzar en la aventura del conocimiento.
El único alimento que nutre a los pueblos que no renuncian a su grandeza.
 
El que hizo del Japón una potencia industrial asombrosa, con marcas que son su sello en todo el planeta.
 
No es extraño. Hoy, y desde hace décadas, todos los países asiáticos invierten fortunas de sus presupuestos nacionales en la educación.
 
Pequeña gran anécdota de la que fui testigo hace poco más de dos décadas. Tres de los cinco mejores alumnos del riguroso Colegio Nacional de Buenos Aires ("el colegio de la Patria", como lo llaman sus devotos ex alumnos)… ¡fueron coreanos! Llegaron con sus familias no mucho antes, y sin saber una palabra de castellano…
 
Pues bien.
Triste noticia nueva y vieja.
En la Argentina, mañana deberían empezar las clases.
Pero no las habrá.
 
Como desde hace décadas, las infinitas pugnas salariales no se han resuelto, y poco les importa a sus actores porque no les toca el rol de víctimas. Ellos están duchos en los discursos de barricada para las cámaras: sólo les faltan maquilladores y peinadoras.
 
El peor papel recae sobre sus víctimas: los alumnos. Los niños. Aquellos que los diarios de hace medio siglo describían, el primer día de clase, como "blancas palomitas en sus blancos guardapolvos". Cursi, es cierto. Pero aun en esa cursilería respiraba ese hombre tozudo y genial que Paula Albarracín parió en una modesta casa sanjuanina, y que aprendió a leer a la luz de una vela. Ya saben quién.
 
No hay clases.
Noticia, además de vieja, dramática.
Porque ni siquiera se cumplen los 180 días, mientras que en los países que sí luchan por un gran destino… llegan a 250 o más.
 
Entre nosotros, la palabra "paro" es el arma y el fetiche de la ceguera sindical. La palabra "huelga", su sombrío triunfo. La intransigencia compadrona –a veces con rasgos de matonería– no sabe de razones. Tampoco de diálogo: acaba de quedar probado por el palmario rechazo a todo esfuerzo del gobierno.
No. No. No. "Acá mandamos nosotros".
 
Y estas heridas no están cicatrizando en tiempo y forma. Siguen abiertas.
Porque hasta las estadísticas más optimistas muestran un horroroso descenso de calidad y resultado en los tres niveles: primario, secundario, universitario.
 
No hace mucho me espantó la existencia de una materia: "Comprensión de textos".
¿Qué es eso?
¿Qué los alumnos no entienden lo que leen?
¡Dios me (nos) asista!
En la década del 40, en mi modesta escuelita pública del barrio de Núñez, si no entendíamos lo que leíamos… ¡nos hubieran llevado a un médico!
 
¿Quién tiene la culpa? Como excusa interesada, los culpables suelen decir que "se debe a múltiples factores". Por favor: no agreguen al desastre que han generado… también el cinismo y/o la hipocresía.
 
Cualquier ciudadano bienpensante conoce la causa: ¡el populismo!
Ese terrible mecanismo prebendario que desde hace décadas fabrica pobres e ignorantes a cambio de subsidios (muchos, taaan sospechosos por las dos partes), y por supuesto, ¡votos!
Esa es, y no otra, La Gran Tragedia Nacional.
 
Para cerrar, quiero recordar el diálogo, hace años, entre un periodista y el dueño de una fábrica de automóviles inglesa.
–¿Por qué sus autos son tan perfectos? –aludiendo a los Rolls Royce, los Astor Martin, los Jaguar…
–Porque están hechos en una fábrica de automóviles.
–Por supuesto… De lo contrario, ¿adónde?
–En una fuente de trabajo.
 
Quien no haya comprendido el sentido de este diálogo, acaso pertenezca (¡ay!) a la generación que necesita la materia "Comprensión de textos".
 
Lamentable. Pero no es su culpa.
 
¿Cómo podría ser de otra manera en un país donde algunos alumnos y sus padres les pegan a los maestros y profesores por la injusticia y hasta la tropelía de haber puesto un aplazo?
 
Algo que empieza a ser, casi, moneda corriente.
¿¡Hasta dónde llegaremos!?
Mientras en la Argentina, otra vez, no empiezan las clases, dos fotos de Japón testimonian el compromiso y la pasión por el estudio