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Pueblos fantasma: la Argentina que desaparece Imprimir
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Lunes, 13 de Marzo de 2017 07:32
El domingo el prestigioso diario La Nación publicó un artículo que habla de los pueblos en extinción entre los que nombra a San Mauricio la localidad más longeva del Distrito de Rivadavia. 
 
Unos 800 pueblos están en riesgo de extinción; en la provincia de Buenos Aires, 200; con el tiempo perdieron el tren y, sin rutas asfaltadas, también las fuentes de trabajo
 
Frente a la plaza principal, una vieja casona, casi en ruinas, mantiene en la fachada vestigios de sus mejores épocas. Le faltan la puerta y las dos ventanas del frente, y sus muros y molduras apenas resisten, pero conserva un aire señorial, empaque, distinción. Salvo por un detalle. En el vano de la puerta se asoma, erguida la cabeza, vigilante, el dueño de casa: un caballo. En lo que era el living retoza otro. Llevan viviendo allí, parece, mucho tiempo. La escena no tiene nada de bucólica. El edificio centenario, con su glorioso pasado de mármoles y maderas nobles, es hoy refugio de las bestias. La imagen podría ilustrar el ocaso de este pueblo del noroeste de la provincia de Buenos Aires, San Mauricio, que vivió tiempos de esplendor hasta desaparecer debajo de arenas, pastizales y el olvido.
 
No es un caso aislado. Hoy, ahora, un joven, una pareja o una familia están haciendo las valijas. No se van de viaje. Huyen. Dejan sus casas en algún pueblo del país que ya no los contiene y al que no volverán. Van en busca de trabajo, un médico, escuela, transporte. Futuro. Es un éxodo hormiga hacia las ciudades que comenzó hace décadas y se ha convertido, al cabo, en un monumental desplazamiento de masas.
 
El problema está en las dos puntas del camino: en muchos casos vivirán peor, y a sus espaldas quedan localidades dramáticamente destinadas a convertirse en fantasmas.
 
En peligro
 
Según el último censo, en la Argentina hay unos 2500 pueblos rurales (1,3 millones de personas, más 2,6 millones de población rural dispersa), y de esos, unos 400 sistemáticamente pierden población y podrían extinguirse. Otros 400 apenas subsisten bajo la misma amenaza. Y 90 ya no aparecieron en el censo de 2001. Como San Mauricio, se apagaron.
 
El éxodo del campo a las ciudades es particularmente grave por la distribución demográfica del país. En la Argentina, donde cerca del 9% de la población es rural, aproximadamente el 80% de los núcleos habitados son localidades con menos de 2000 personas, mientras que sólo 17 ciudades concentran el 60% de la población.
 
Donde hay pocos, se van, y donde hay exceso, llegan más.
 
No sólo el tren
 
"Es un drama, y como país no hemos sabido encontrarle una solución -dice Agustín Bastanchuri, que hasta hace dos semanas dirigía Responde, la mayor ONG dedicada a generar oportunidades en pueblos rurales-. No se ha hecho nada para frenar una corriente migratoria que no para de crecer. Hoy, el 40% de la población vive en el 0,14% del territorio. Por eso vemos a gente que se está hacinando en las periferias de los grandes centros urbanos cuando al menos en sus pueblos, incluso con dificultades de todo tipo, podría vivir en condiciones mucho más dignas. Y sin desarraigo."
 
Los expertos coinciden en que no hay un solo factor que explique el éxodo rural. Son muchos. En primer lugar, el cierre de ramales ferroviarios, que condenó al aislamiento a cientos de localidades para las cuales las vías eran una suerte de cordón umbilical; después, falta de trabajo (por cierre de industrias, cambios en la matriz productiva, tecnificación del campo), y además, déficits estructurales en salud, educación y caminos. "Son poblaciones que quedaron desconectadas. Si no se reinventan, no hay forma de salvarlas -dice Bastanchuri-. El despoblamiento del campo y la concentración en las ciudades es un proceso muchas veces provocado por el propio Estado y no hemos tenido políticas públicas que atendieran el problema. En algunos casos hubiese bastado con construir una ruta o asfaltar un camino."
 
Pueblo "con futuro"
 
El fenómeno abarca todo el país, pero especialmente la región pampeana. En la provincia de Buenos Aires, la más afectada, hay unos 200 pueblos que están en vías de extinción.
 
El de San Mauricio es un caso especial. Fundado en 1884 por un inmigrante italiano, Mauricio Duva, cerca del límite con La Pampa y junto a lo que había sido la célebre Zanja de Alsina, parecía tener un destino de grandeza. Creció en tierras cedidas por Duva, un próspero estanciero, a un ritmo vertiginoso. Se anticipó a la llegada del tren y pronto tuvo su iglesia, escuela, farmacia, destacamento policial y hotel, y alrededor de la plaza se alzaron casas de cuidada arquitectura, la Sociedad de Fomento y Socorros Mutuos y el almacén de ramos generales. La principal construcción, después de la iglesia y a metros de ella, era la residencia del fundador, con sus 400 metros cuadrados cubiertos, mármol de Carrara, frescos en paredes y techos, sala de armas, sala de lectura y, por detrás, un gran parque. Todo marchaba bien en San Mauricio, enclavado en el corazón de fértiles praderas a 528 kilómetros de la Capital Federal y a 21 de América, la otra localidad fuerte del partido de Rivadavia. Fue el primero en la zona en tener electricidad, florecía el comercio, se instalaban fábricas, nació el Sporting Club y aumentaba la población: llegó a tener 1800 habitantes.
 
Su dueño -porque eso era: un pueblo con dueño¬- fue por más. Intentó convertirlo en cabecera del partido, plataforma para el despegue definitivo. Pero la elegida fue América y ahí comenzó el declive. Poco a poco fue perdiendo peso político, recursos, actividad económica y gente. Mientras América era bendecida con fondos y rutas pavimentadas, hasta convertirse en ciudad, San Mauricio fue quedando aislado (aún hoy sólo se llega por tierra), sin vigor y sin destino. Después, sin tren. Aun bajo amenaza de extinción, no se hizo nada. Dos kilómetros de asfalto la hubiesen unido a la ruta 70. En 2001, una inundación terminó la faena: en dos días cayeron 300 milímetros. Cuando se fue el agua, la mayor parte de sus 67 habitantes ya no estaban y nunca volverían. Ni siquiera los Duva, también signados por la tragedia. Mauricio había vendido su estancia y murió en Buenos Aires pisado por un colectivo. Su hermano y mano derecha, Jacinto, en el campo, aplastado por un carro.
 
Hoy, todo lo que se ve es una naturaleza muerta. Casas abandonadas y en ruinas. Construcciones de las que sólo quedan cimientos. Una tropilla de caballos pasta en la plaza desierta. Por si faltaran espectros, en la calle que viene de la ruta, cerca de la entrada, hay un desarmadero de autos. A dos cuadras, un criadero de chanchos. De pronto, el silencio es interrumpido por la llegada de una camioneta Toyota. Su conductor, de unos 60 años, baja y se queda mirando el espectáculo sobrecogedor de un pueblo que es cementerio de sí mismo. La curiosidad le dura un instante. Lo invade una nube de mosquitos y huye despavorido. Ahora sabe que allí hay caballos, insectos hambrientos, restos de lo que se soñaba como ciudad pujante, y no mucho más.
 
El ángel guardián
 
La única habitante estable y reconocida parece ser Ana Ubando, una enfermera municipal de 63 años. Está a cargo de la sala de primeros auxilios, para atender a la población rural de la zona. Vive sola, en lo que era el hotel. No del todo sola: tiene ocho perros. "A falta de personas, ellos son mi compañía", sonríe. Lleva allí cuatro años, en los que ha sido testigo de los últimos latidos del pueblo. "Cuando llegué todavía quedaban unas pocas familias. Pero se fueron los Fernández, los Bengochay... Hace tres años murió Catalina Marino, sobrina del fundador. Y bueno, acá estoy. Resistiendo."
 
A San Mauricio le queda un ángel guardián. Es el profesor e historiador Alberto Orga, vecino ilustre de América, que se ha dedicado a bucear en el pasado del partido y se resiste a la desaparición del pueblo que había nacido con aires de grandeza. "San Mauricio es un museo a cielo abierto, un orgullo de Rivadavia y pedazo grande de nuestra historia. Y lo estamos perdiendo. Cada día se muere un poco más", dice. En su casa, varios cuadros, pintados por su mujer, retratan los viejos tesoros del pueblo, como la capilla y la casona del fundador, víctimas del abandono y el saqueo.
 
Como un cruzado, el profesor Orga viene luchando contra la pena capital a la que ha sido condenado San Mauricio. Una y otra vez vuelve, organiza actividades, clama por ayuda, promueve su restauración. Y deja carteles. Uno, en la vereda de la capilla y con las ruinas de fondo, dice: "Valoremos este lugar". Otro: "San Mauricio, Patrimonio Cultural", pero está en el piso; se cayó o lo tiraron. Y a un tercero, que colocó hace años durante una de sus tantas cruzadas, el destino del pueblo lo ha vuelto aún más irónico: "Un lugar con futuro".
 
 
 
 
 
 Pueblos fantasma: la Argentina que desaparece