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Boudou en pijamas: apuntes sobre la crueldad Imprimir
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Lunes, 06 de Noviembre de 2017 23:02
Por Ernesto Tenembaum 
 
El 24 de abril de 2016, en la platea de la Bombonera, ocurrió un hecho muy sintomático. Como lo sabe cualquiera que tenga un abono, los lugares en las plateas de los estadios son fijos. Cada vez que juega su equipo de local, el hincha se sienta en el mismo lugar, rodeado de la misma gente y así durante un período que puede durar largos años. 
 
Así ocurría hasta esa fecha con Carlos Zannini, la mano derecha de Néstor y Cristina Kirchner. Cada dos domingos, se sentaba en el mismo lugar, en la misma bandeja, rodeado de la misma gente. El 22 de noviembre del 2015 se había realizado el ballotage que determinó la derrota de la fórmula que lo llevaba como candidato a vicepresidente de la Nación. Desde entonces, ya no tenía poder como antes: era un derrotado. Zannini fue a la cancha. Al mismo lugar donde había ido siempre, rodeado de las mismas personas, con las que nunca había tenido problemas.
 
Apenas apareció, se desató un cantito ensordecedor:
–Zanniniii, hijo de putaaaa, la putaaa que te parióóóó, Zanniniii, hijo de putaaaa, la puta que te parióóóóó.
 
La condición humana tiene rasgos maravillosos y otros que, en verdad, no lo son tanto. La reverencia al poderoso y el impulso de patear al caído, que suelen ir combinados, forman parte del segundo conjunto. Hay ensayos hermosos sobre el tema. Uno de los más interesantes es el libro El Impostor, de Javier Cercas. Muchas veces, sectores sociales que fueron cómplices silenciosos de procesos autoritarios o corruptos estallan de furia cuando los personajes icónicos de esos procesos pierden poder. Y entonces los cómplices silenciosos se transforman en héroes, de repente, cuando serlo no conlleva ya ningún riesgo.
 
Patear al caído, señalar con el dedo desde un canal de televisión, escupir a disidentes fueron hechos repetidos durante el kirchnerismo. Ese 24 de abril, seguramente, Zannini entendió que las cosas habían cambiado de verdad. Ese clima tan estimulado desde la Casa Rosada se le volvía en contra. El poder de ejercer la crueldad, que había disfrutado como sujeto, ahora lo ubicaba como su objeto. Quienes callaban hasta ese momento, empezaban a insultar ahora. Y viceversa. Muchas veces, algunos de los periodistas que sufrimos los exabruptos del kirchnerismo nos preguntamos dónde está toda esa gente que nos puteaba en la calle o en las marchas. Seguramente, sufren el proceso inverso. Con el poder como respaldo y el clima político a favor, insultaban. Ahora, se esconden.
 
Lo dicho: la condición humana tiene aspectos maravillosos y otros que no lo son tanto.
 
Por suerte, no todos los seres humanos son iguales. Juan José Campanella fue uno de los personajes públicos que denunciaron con valentía la intolerancia del gobierno anterior, cuando ese Gobierno tenía mucho poder. Como consecuencia de ello, sufrió escarches, insultos, vergonzosas campañas de difamación pública. Sin embargo, Campanella es de las personas a las que no les gusta patear al caído. El viernes, luego de la detención de Amado Boudou y la difusión de su imagen esposado en pijama, recomendó una nota donde se fundamentaba en contra de la seguidilla de detenciones de kirchneristas sin condena previa. Y luego opinó: "Francamente, no produce risas ni alegría este festival de fotos humillantes".
 
Campanella no es el único que percibe la diferencia entre construir una democracia tolerante y humillar a otras personas, por más aborrecibles que sean. Hugo Alconada Mon fue de los periodistas valientes durante el kirchnerismo. Escribió el primer libro sobre Amado Boudou, a quien investigó obsesivamente cuando era poderoso. "Mientras más horas pasan, menos me agrada la difusión de las imágenes y video de Amado Boudou, esposado y descalzo; un virtual escrache…", opinó. Muchos twitteros empezaron a insultarlo por kirchnerista. "Golpista, cómplice de la corrupción K, corrupto como ellos, chorro, eso sos", escribió uno de ellos. El mundo, a veces, se pone patas para arriba. Gestos parecidos al de Campanella o Alconada Mon tuvieron distintos periodistas como Gonzalo Aziz, Luis Majul o Claudio Savoia, dirigentes políticos como Facundo Suárez Lastra o politólogos como Andrés Malamud.
 
Desde el 10 de diciembre del 2015 la Argentina inició una nueva etapa, que está llena de dilemas. Los dilemas se llaman así porque no tienen solución, o porque cualquier salida que se les imagine tiene algún costo alto. La sucesión de detenciones de kirchneristas sin condena previa es uno de ellos. Mucha gente tiene todo el derecho a sentirse conmovida por lo que está ocurriendo: especialmente quienes denunciaron lo que ocurrió en momentos difíciles a un altísimo costo personal. Laura Muñoz, la ex mujer de Alejandro Vandenbroele, es una de esas heroínas. María Luján Rey, otra. Hablaron, denunciaron y fueron humilladas por un aparato de comunicación repleto de gente horrible, y respaldado por muchos de los militantes, políticos e intelectuales que hoy piden reglas republicanas. Se deben haber sentido solas muchas veces. ¿Cómo no se van a emocionar por lo que ocurre? ¿Cómo no van a brindar? Junto a ellos, aparece una turba de personajes menores, algunos de ellos anónimos, que piden venganza, sangre, tal vez como una compensación a lo que no hicieron, o no dijeron, cuando las cosas ocurrían.
 
Y todo esto plantea un dilema. No es solo que lo natural es que una persona pierda su libertad solo cuando hay pruebas suficientes para condenarla, o porque solo van presos los políticos y no los empresarios, o los de un partido y no los del otro, o porque los jueces que toman las decisiones han sido tan cómplices de la corrupción como los que ellos detienen. Es un dilema más profundo, más relacionado con la condición humana y con el futuro, que con las reglas de "La República".
 
En los tiempos más crueles del kirchnerismo, el talentoso escritor Osvaldo Bazán, lo ponía en estas palabras: "Es la piedad. El kirchnerismo no sabe qué hacer con la piedad". Bazán fue protagonista de una historia de crueldad muy poco conocida. Fue uno de los organizadores de las primeras marchas por el orgullo gay, autor de un libro precursor llamado Historia de la homosexualidad en la Argentina, fue parte del puñado de gays y lesbianas que condujeron el conmovedor proceso que llevó a la aprobación de la ley de matrimonio igualitario. Cuando el movimiento LGBT se kirchnerizó, en las marchas por el orgullo gay lo insultaban porque conducía un programa de espectáculos en TN. "Devolvé a los nietos", le gritaban. Osvaldo no fue más a esas marchas. El clima de época, tan cruel, empujaba a esas personas a insultar a Osvaldo: la condición humana.
 
Entonces, el dilema es muy sencillo de explicar. Quienes se sienten hoy los ganadores, ¿sabrán aplicar la piedad o se dedicarán al revanchismo? ¿Entenderán que los procesos judiciales llevan su tiempo, que solo en condiciones excepcionales una persona puede ser detenida sin que existan pruebas acabadas de su culpabilidad, que no se debe humillar públicamente a nadie? ¿O darán rienda suelta a sus impulsos primarios, tan humanos ellos, y se transformarán en aquello que antes odiaban, o tal vez en algo peor? Ese dilema no se agota en la marcha de los procesos judiciales. La incluye pero, a la vez, la trasciende. Porque, al fin y al cabo, se trata de discutir cómo se construye un país: con venganza o con piedad, con insultos o con seriedad, tras la ilusión de que todo se resuelve con el castigo a un grupo bien seleccionado de corruptos o con la convicción de que la corrupción abarca a la Justicia, al sector empresario y es bastante transversal. ¿Sabrán los ganadores de hoy lo que no supieron lo de ayer: qué hacer lo la piedad?
 
Nadie es el dueño de la verdad en estos temas. Algunas personas han recordado en estos tiempos la manera en que varios periodistas, entre ellos el autor de esta nota, celebraron las detenciones sin condena de Carlos Menem y Domingo Cavallo, hace quince años. Otras explican que el 70% de los detenidos en la Argentina no tienen condenas. Otros que hay decenas de militares presos en la misma situación desde hace muchos años. Hay quienes recordaron el horroroso día de la condena de Luis Patti, cuando lo llevaron en camilla, parapléjico, a escuchar su veredicto mientras las agrupaciones de HIJOS bailaban y cantaban a su alrededor, sin que nadie objetara esa barbarie.
 
Está visto que se puede escribir una historia de la crueldad en la Argentina reciente.
 
Tal vez el principal desafío del nuevo Gobierno sea conducir un proceso que permita salir de ese círculo. Es difícil porque, en el corto plazo, alimentarlo genera más rédito electoral.
 
Y eso no tiene nada que ver con la impunidad. Al contrario: las investigaciones contra personajes del gobierno anterior pueden derivar en un proceso justo e histórico, que no solo reparta castigos sino que además reforme para siempre esa organización oscura que se ha adueñado de la Justicia federal y aplique, por primera vez, penas a los políticos que recibieron coimas pero también a los empresarios que las pagaron. O puede ser un capítulo más de la cadena interminable de crueldades y celebraciones por la caída de los débiles, que ha llenado de algarabía, color y sentimientos intensos la historia argentina.
 
Con todo lo que dijeron de él, Campanella esta semana dijo: "No me gusta lo que les están haciendo a ellos". En esos gestos se ve la calidad humana de alguien. Del otro lado, están los plateístas que rodeaban a Zannini. Y Zannini mismo. O los vecinos de Julio De Vido, que luego de tantos años de convivir amablemente con él, fueron a escupirlo el día de su detención. O De Vido mismo.
 
Tan humanos ellos, ¿no?
 
 
 
 
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