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Pueblos a toda velocidad, tránsito descontrolado en el interior del país. Imprimir
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Jueves, 01 de Abril de 2010 11:13

Por Jorge Repiso 
La tragedia de Baradero puso al descubierto un fenómeno: con el boom de la motos, crecieron los accidentes en las provincias. Normas que no se cumplen y un control ineficiente.

Los chicos se podrían haber salvado si hubieran llevado los cascos.” La afirmación de Jorge Mecco, director interino del hospital Lino Piñero de Baradero, hace referencia a Giuliana Giménez y Miguel Portugal, la pareja de adolescentes que encontró la muerte durante la madrugada del domingo 21, en el marco de un incidente que involucró a una camioneta de la Inspección de Tránsito municipal, que los perseguía, y por el cual quedó imputado el inspector Jorge Miccuci. “Es un problema común en pueblos como este. El número de accidentados es incontable. Aquí se implementó un sistema de sanciones muy duro, que al final fue contraproducente. Tengo dos hijos que me piden motos y es una lucha hacerles entender lo peligrosas que son”, agrega el doctor Mecco.

Las muertes de Giuliana y Miguel conmocionaron a todo el país, no sólo por lo absurdo de una tragedia que se podría haber evitado, sino también por los incidentes que se produjeron a posteriori, entre ellos el incendio de la municipalidad y una radio local. Está claro que una infracción de tránsito (si se prueba que los adolescentes la habían cometido) en nada justifica la violenta reacción del funcionario público que, cuando debía preservar sus vidas, terminó atropellándolos y, según se presume, siendo responsable de sus muertes. Pero el caso también dejó al descubierto una realidad que atraviesa a las pequeñas y medianas localidades del interior del país: el alto costo humano que tiene el escaso cumplimento de las normas de tránsito.

De acuerdo con estadísticas de la fundación Luchemos por la Vida, en 2009 se registraron 7.885 muertos por accidentes de tránsito en rutas y calles de todo el país. La mayoría de las víctimas fueron del interior. Dos días después de la muerte de Giuliana y Miguel, otro joven (también a bordo de una moto) sufrió fractura de cráneo al chocar contra un auto en una tranquila esquina de Baradero. Durante el mismo fin de semana, un hincha de Banfield murió al volcar una camioneta que transportaba a catorce personas en la localidad cordobesa de Laboulaye. Y aún están frescos en la memoria los tres amigos del futbolista Diego Buonanotte, quienes murieron al estrellarse contra un árbol en la ruta 65, cerca de Arribeños, y la familia Pomar. Ninguno usaba cinturón de seguridad.

“En los pueblos y ciudades chicas los conductores sienten el riesgo más lejano, que no hay posibilidad de un siniestro. Eso tiene que ver con el ritmo que se vive, aunque paradójicamente se conduce rápido. Es muy común que una persona maneje dos cuadras para ir a comprar cigarrillos y lo haga rápido. La relación es muy parecida a la de un jinete con su caballo”, opina el titular del Instituto de Seguridad y Educación Vial (ISEV), Eduardo Bertotti. “Baradero es un punto de inflexión. Más allá de que los chicos llevaran o no casco, la manifestación de la sociedad nos dice que la sanción no puede basarse en la represión.”

–¿Qué incidencia tiene en este drama el creciente uso de pequeñas motos?

–Desde 2005 al 2009 la participación de esos vehículos en siniestros se triplicó. Se saca a la calle con una cuota y carga a dos o tres personas. Ni hablar de los cuatriciclos, que no se patentan y que son utilizados hasta por las fuerzas de seguridad.


Gustavo Brambati es subgerente del Centro de Experimentación de Seguridad Vial (CESVI) y hace dos semanas estuvo de visita en Baradero. Mientras tomaba un café en un típico bar de pueblo vio “bandadas de motos en dirección al balneario, y dando vueltas a la plaza, todos sin protección”. Asombrado, aahora recuerda: “pregunté quién las controlaba y me contestaron que el control se encontraba estático y en otra calle”.

Brambati coincide con su colega del ISEV en cuanto al “exceso de confianza” que tienen los conductores de poblaciones chicas: “Se maneja en un rango horario más tranquilo y dentro de un circuito repetido, no se toman precauciones”, reflexiona.

El riesgo de muerte para un motociclista, según estudios de Luchemos por la Vida, es 25 veces mayor al del conductor de un auto. Y de acuerdo con estadísticas internacionales, la tasa de mortalidad para ellos es 13 veces más.  Según CESVI, durante los últimos tres años, los motociclistas se ubican al frente de las estadísticas de lesionados graves en accidentes de tránsito, con un 36,3 por ciento del total. La mayoría de los heridos registrados oficialmente tiene entre 18 y 30 años.

El negocio de las dos ruedas tocó su techo comercial en 2008, cuando se patentaron 482 mil unidades contra 610 mil autos. La mayoría no supera los 125 cc de cilindrada y las principales plazas de venta son las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.

La expansión del parque automotor se suma a características propias de los pueblos, donde los hijos de familias acomodadas aprenden a manejar entre los 13 y 14 años y, violando las normas, circulan al mando de lujosos vehículos, en general camionetas del tipo 4x4. Son tradiciones que, con el crecimiento poblacional, tienen un efecto altamente negativo. “Es un hormiguero y un descontrol. Somos 30 mil habitantes y en el registro de la propiedad figuran 7 mil motos, sin contar otras 3 mil no registradas. Son baratas y se venden en planes de hasta 48 cuotas, que no se patentan. Las agencias retienen los papeles y la gente anda así nomás –dice un comerciante de Baradero–. Acá son todos pisteros, andan fuerte sin importar en qué. Días atrás se me cruzó una señora en una motito con sus dos hijos, todos sin casco. Si uno se toma un café en una estación de servicio, puede ver que entran cincuenta motos a cargar nafta y sólo veinte autos.”

Jorge, de 60 años, es un conductor experimentado que transita las rutas del partido de Tres Arroyos desde que aprendió a manejar, a los 12 años. Para él se maneja mal, en la ruta y en el pueblo. “El otro día iba con mi auto a 90 por hora y me topé con una camioneta en la misma dirección pero a 30. El hombre viajaba tranquilo, mirando sus plantaciones. Esa misma persona cuando está apurada te clava los faros y prácticamente te empuja. En Tres Arroyos los remiseros andan a fondo y los ciclomotores te pasan por la derecha. El problema es doble: o nos mata la lentitud o la velocidad, pero lo constante es el desprecio por el otro.”

Localidades por donde se podía circular en el pasado, perdieron la tranquilidad y Olavarría no es la excepción. “Nadie se ata ni lleva a los chicos atrás. Nadie frena en las esquinas y te pasan a cien por hora para detenerse a tres cuadras tomar mate”, se indigna Sebastián. “Acá te dan el registro sin mayor trámite y tampoco te lo piden por la calle. Los padres largan a los chicos a manejar como si fueran a hacerse hombres por eso.”

Sergio Levin sabe de lo que habla: su hijo Lucas, estudiante del colegio ECOS, murió en una ruta santafesina. “En el interior hay una fuerte cuota de amiguismo que permite todo. No importa si andan cuatro arriba de una moto. El problema grave es que no importa la vida del otro. Estoy cansado de las estadísticas, se habla todo el tiempo de ellas y no de valores.”.

Pueblos a toda velocidad, tránsito descontrolado en el interior del país.