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El milagro argentino en el Mundial de básquet Imprimir
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Martes, 24 de Septiembre de 2019 20:06
Pasado un tiempo, todavía persiste el sabor amargo del segundo puesto en el Mundial de básquetbol, pero se da la distancia suficiente para valorar como es debido la enorme gesta del seleccionado nacional.
 
Un subcampeonato en el que prácticamente nadie creía. Antes del comienzo de la Copa del Mundo de China 2019, los corredores de apuestas daban a Argentina una posibilidad de 100 a 1 de ganar el campeonato. Los grandes favoritos eran Estados Unidos, seguidos por una Serbia que había quedado segunda en el último Mundial y por una Grecia que ha sido la gran decepción del torneo; detrás de ellos, España y Francia, casi más por tradición que por convicción. Según avanzaba el campeonato, tanto españoles como franceses -especialmente los primeros en vista de los resultados- han reivindicado una nueva generación de jugadores tan válida como las anteriores.
 
Ese era también el problema de la selección de Argentina antes del inicio del Mundial 2019. La “Generación Dorada” del básquetbol argentino se había desintegrado. Manu Ginóbili o el Chapu Nocioni ponían punto final a sus carreras y se unían así a otros jugadores retirados de aquella generación, como Fabricio Oberto, Pepe Sánchez o Rubén Wolkowyski, entre otros. Solamente quedaba uno, un hombre que ha sido clave en lo que la prensa internacional ha llegado a denominar “el milagro argentino”: Luis Scola.
 
Lo que ha conseguido Argentina en el Mundial de China 2019 debería ser recordado como una de esas gestas deportivas que hacen historia, triunfos que nadie se espera, pero que no son fruto de la casualidad, sino de mucho esfuerzo. En el último Campeonato Europeo tampoco se esperaba que la selección de un país diminuto como es Eslovenia acabase convertida en campeona. Y no solo en básquetbol. Croacia logró ser subcampeona en la última Copa del Mundo de fútbol. Después de que el año pasado la bonaerense María Lampropulos diese la sorpresa al convertirse en la primera mujer en ganar el título, en la última edición del PCA de Bahamas, uno de los mayores torneos de póker del mundo, que posteriormente, otro desconocido, Ramón Colillas, repetía la historia del sueño hecho realidad. En tenis, Bianca Andreescu recién escribió su propio cuento de hadas al ganar la final del US Open con tan solo 19 años ante Serena Williams, ganadora de 23 títulos de Grand Slam, repitiendo así la gesta de Naomi Osaka en la edición anterior.
 
Este tipo de “milagros” no se producen por arte de magia. Uno no se levanta una mañana y se convierte en campeón. Hay un gran trabajo detrás que, a menudo, solamente conoce quien lo realiza. Antes del partido contra Serbia en los cuartos de final del Mundial, la selección argentina visionó un video en el que se recordaba a los jugadores que, pese a lo que decían de ellos, eran capaces de lograr muchas cosas. Porque los demás “no nos conocen”.
Pero si ha habido un elemento motivacional para el equipo, más que ningún video o ninguna charla, ese ha sido Scola. El seleccionador nacional, Sergio Hernández, explicó a los medios como ‘Luifa’ había creído en la capacidad del combinado nacional incluso más que él mismo. Ya desde los primeros partidos de preparación, el veterano jugador tomó las riendas y habló con todos para convencerles de que eran capaces de llegar a semifinales. Hasta el propio Hernández le preguntó “¿estás seguro?”, pero ante alguien que cuenta con décadas de experiencia en el básquet europeo y la NBA, y que jugaba su tercer Mundial, no le quedó más remedio que callar y otorgar. Scola tenía razón.
 
Luifa Scola estuvo en aquel equipo que eliminó a EE.UU. y fue subcampeón del mundo en 2002. También en el que perdió la semifinal de 2006 ante España por un punto, y en el que ganó, de nuevo ante los españoles, la quinta plaza en el Mundial de 2010, además de acabar el torneo formando parte del quinteto ideal (igual que en esta edición). Él -y solo él- sabía que podían lograr algo grande, y a sus 39 años se preparó para ello con un entrenamiento previo al Mundial propio, según su papá, del mismísimo Rocky Balboa.
 
No era el único que sabía que el afán de superación puede hacer milagros. Argentina se ha caracterizado por su sed de ganar, de darlo todo para conseguirlo. Un ejemplo de este espíritu es la figura de Facundo Campazzo, clave en el triunfo argentino. Le decían que era ‘bajito’ y que no llegaría a nada por su estatura. El cordobés puede decir bien alto que es subcampeón del mundo.
 
Uno de los aciertos del conjunto español durante la final del Mundial de básquet fue haber sabido neutralizar a Scola y Campazzo, que no pudieron ser ni la sombra de lo que fueron ante Serbia o Francia. Pero hubo otros jugadores que sí pudieron brillar. 
 
Pese al resultado, Gabriel Deck tuvo una actuación enorme. Él es otra de las figuras de la selección con una gran historia de superación a sus espaldas.
 
Todos ellos creyeron que podían hacerlo, y lo hicieron. Con trabajo, hambre de triunfo y con un juego muy inteligente que hizo bueno aquello de que “más vale maña que fuerza”. Vale, nada menos, que un subcampeonato del mundo.
 
 
 El milagro argentino en el Mundial de básquet