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María Soledad y Fernando, tragedias que hablan de nosotros mismos Imprimir
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Miércoles, 22 de Enero de 2020 11:03
Por Alfredo Vota
 
Maria Soledad fue el nombre que abrió las puertas del infierno de un entramado oscuro, madurado al calor del caudillismo y de las influencias oscuras en una Catamarca que puso sobre la mesa las matufias de la noche, los excesos y la corrupción de no pocas provincias argentinas.
 
Fernando Baez Sosa corre el telón sobre otra tragedia argentina, también acuñada entre las sombras de la noche.
 
¿El problema son los rugbiers en general?¿Son esos rugbiers oriundos de la ciudad ribereña?¿Son esos 10 chicos salidos de sus cabales? Algo de eso puede haber, o no debemos descartar rápidamente. Pero el problema central, el que se repite en varios lugares, zonas y momentos desde hace muchos años el estilo de nocturnidad en el que jóvenes y adolescente acostumbran a participar y los adultos quedamos mirando cómo si no tendríamos nada que ver o no pudiéramos hacer nada.
 
Dicen que varios gritaban “matalo, reventalo”. En un video que se hizo viral un joven dijo…”Uy lo mataron, lo hicieron b.., alta campana”. Su queja da cuenta de una escena repetida, pero esta vez subida de tono…
 
El día anterior un joven fue muerto de una puñalada, en la misma ciudad, meca estival de los jóvenes. Unos días antes, llovían botellas de vidrio en la playa, digno de una escena dantesca describiendo un nuevo círculos del infierno.
 
Todos los egresados del país celebran su UPD(Ultimo primer día), presentación de buzos, pre viaje, fiestas varias durante el viaje de egresados en Bariloche, en Porto, en Cancún o en donde toque, previas a partir de los 15 años… esto significa alcohol libre y otras yerbas… y que pase lo que tenga que pasar… Cuando ocurre algo, no podemos decir que no estamos advertidos, Fernando con su vida corrió el telón…y nos dejó a todos angustiados, horrorizados, pasmados, alelados…
No fuimos los que arengamos la muerte del joven, pero tampoco fuimos los que impedimos llegar hasta aquí.
 
Una empleada del boliche de 17 años, si 17 años trabajando en la noche… contó que la policía estaba cerca y no se metió en la pelea. Los patovicas tampoco, se limitaron a sacar los jóvenes afuera y que se arreglen en la calle… Es que un mundo adulto se muestra como espectador de un espectáculo de jóvenes recién llegados a la vida y que por su propia desarrollo cerebral no cuentan con las herramientas neurológicas para lograr inhibirse por sí mismos, porque oh casualidad, es tarea de los adultos ayudarlos a regularse. Ni les cuento si están ebrios o drogados.
 
¿Es qué los adultos nos corrimos? ¿Es que no los acompañamos?¿Es que no le ponemos límites? Es eso, pero es mucho peor, nosotros perdimos el rumbo y creemos en nuestro fuero íntimo que la vida debería ser diversión y la fiesta permanente es la mejor de las vidas posibles.
 
Hakuna Matata le cantamos al oído, mientras nos horrorizamos de las consecuencias de “vivir asi´”.
 
Los adultos debemos volver a encontrar la brújula, volver a respondernos a nosotros mismos ¿Qué es disfrutar de la vida plenamente?¿Qué es la felicidad?¿Cómo se alcanza?¿Por qué mi corazón siempre pide más?¿Qué pasa cuando me equivoco?¿Qué hay detrás del éxito?¿Qué hacer si fracasamos?¿Qué es querer?¿Qué es amar?¿Por qué resulta tan difícil congeniar con otros?¿Por qué el otro es tan valioso como yo, aunque piense distinto, se vista distinto, hable distinto?¿Hasta donde acompañar un amigo?¿Cómo ser yo, aún en un grupo que me pide hacer algo que no quiero?
 
Los adultos peleamos porque pensamos distinto, no logramos tener conversaciones que rompan la grieta, no podemos salir de nosotros mismos, las separaciones matrimoniales son verdaderas batallas campales, nos pisamos la cabeza en el trabajo con tal de ganar un puesto… dejar a los hijos sólos frente al alcohol, a las drogas, al boliche y a ellos mismos es una consecuencia de un abandono que se dio antes. Quizás creímos que si les compramos cosas o le pagamos una buena escuela , no nos veríamos obligados a pararnos frente a sus preguntas más hondas. Quizás no tengamos ganas de darnos ninguna respuesta, primero a nosotros mismos, mucho menos a ellos.
 
Acá estamos nuevamente, como en Catamarca 30 años después, puestos cara a cara con la muerte de un joven que podría ser la de muchos/as otros/as, la de cualquiera que está cerca nuestro…
 
Acá estamos, es momento de trascender la angustia que sentimos y hacer algo por nuestros jóvenes. Ese algo, quizás empieza por animarnos a cuestionarnos si estos actos no se derivan de la inconsistencia de nuestra propuesta de vida adulta, si les podemos ofrecer algo más que noches de locura y muerte. Porque detrás de ellos, siempre hay adultos que por activa (vender alcohol, drogas, boliches, etc) o por pasiva (por no controlar, acompañar, estimular o proponer cosas distintas) terminan siendo cómplices de estos hechos.
 
Me sumo a pensar noches distintas con las autoridades, padres, instituciones y especialistas que estén dispuestos a trabajar en el asunto.
 
Me sumo a no olvidar y dejar que todo siga igual…
 
 María Soledad y Fernando, tragedias que hablan de nosotros mismos