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La vida en los tiempos del coronavirus: calma, que esto recién empieza Imprimir
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Lunes, 16 de Marzo de 2020 22:01
El Covid-19 trastornó por completo nuestra vida cotidiana. Pero estará entre nosotros hasta el invierno: esto es un maratón, no una carrera de 100 metros.
 
Podrían haber venido de a una, pero no: nuestras diez plagas, a diferencia de las que la Biblia situó en Egipto, atacan todas juntas. La inflación, la desocupación, la pobreza, la deuda, la inseguridad, la corrupción, el calentamiento global, el sarampión, el dengue y, por supuesto, el coronavirus. Probablemente haya algunas más. Cada uno agregará la suya a la lista, pero no dejará de coincidir en que estas diez son de las más importantes. No deja de llamar la atención que la última en aparecer no sólo se ubicó claramente al tope de nuestras preocupaciones, sino que eclipsó casi por completo a las otras. Tal vez, porque lo que las otras nueve vienen haciendo de a poco, el Covid-19 lo logró en apenas una quincena: trastornó por completo nuestra vida cotidiana.
 
Esto se comprueba a cada paso que damos en esta ciudad nueva. Recibimos a madres, hermanos, hijos o amigos y no nos abrazamos ni nos besamos. Evitamos el gimnasio, yoga, la clase de inglés o la de piano. Nos mandaron a trabajar desde casa. El del garaje no recibe autos por hora. El analista atiende por Skype. Los que buscan pareja no tienen dónde (y Tinder da mucha desconfianza). Y los que tienen chicos en edad escolar no saben cómo entretenerlos, cómo conseguir alguien que los cuide, cómo hacer para que aprendan algo, cómo no enloquecer en el intento. Rápidamente se suspendieron las cenas, las salidas al cine, las idas a bailar, el grupo de running, el taller de escritura, los bautismos, los cumples de los chicos y hasta los casamientos. Nos suspendimos.
 
Hay algunas señales alentadoras. Por ejemplo, la foto de la conferencia de prensa del domingo, con Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof rodeando a Alberto Fernández, habla de al menos la intención de la dirigencia política de dejar de lado por el momento la grieta y avanzar en consensos. También el recálculo del Gobierno y su decisión de ir a fondo en las medidas, de tomar muy rápidamente los recaudos que a España le llevaron más de una quincena, inacción que tan caro le costó: allí, el viernes 6 sumaban 5 los muertos y 208 los infectados; apenas diez días después, este lunes, había 309 fallecidos y 9.191 contagiados, el segundo país con más casos después de China.
 
También es rescatable el caso de las personas que se ocuparon en denunciar a otros irresponsables que, como si fuera una travesura adolescente en lugar de un tema de salud pública, no respetaron cuarentenas o aislamientos. O, como los llamó en su magistral columna del domingo Alejandro Borensztein, integrantes de ese popular club de los pelotudos.
 
 
Por el contrario, no aportan nada algunos escraches a viajeros simplemente por serlo. En Bariloche, por ejemplo, circuló por redes sociales el nombre y la foto de un profesor de esquí llegado de Europa que supuestamente no respetaba la cuarentena como si se tratara de un violador serial. Y el pobre hombre no sólo había respetado el aislamiento sino que se había hecho el test con resultado negativo. Sucede que si gana la paranoia, toda persona se transforma en un potencial transmisor mortal. Y así empezamos a mirar con cara de enemigo a cuanto humano se nos cruce. La hermana de este cronista, por ejemplo, recién llegada de Sudáfrica, que no está en la lista de países de riesgo, fue interpelada malamente por el encargado de su edificio, a quien conoce desde hace años, porque estaba fuera de su departamento. La situación terminó con un pedido de disculpas, pero el mal momento ya había sucedido.
 
Tampoco puede anotarse en el haber el congestionamiento que sufrieron este fin de semana los supermercados, donde se formaron colas eternas y se vaciaron góndolas (más allá del alcohol en gel) como un reflejo atávico ante la pandemia. Se vendió más que en Navidad. Y lo cierto es que nada hace pensar en un eventual desabastecimiento.
 
Es clave entender que hay que tomar precauciones, todas las posibles, pero no caer en el pánico. El coronavirus se quedará entre nosotros al menos hasta que pase el invierno. Cuando terminen estas primeras medidas decididas de urgencia (cierre de escuelas y fronteras, licencia a los mayores de 60, teletrabajo, etc.) habrá otras nuevas que tomar. Esto es un maratón. No una carrera de 100 metros. 
 
Como sabe cualquiera que haya corrido uno, la verdadera carrera empieza a partir del kilómetro 30, cuando uno se choca con lo que popularmente se conoce como “el muro”, cuando el cuerpo y la mente dicen simplemente que ya está, que no se puede seguir un instante más. Es el momento en que hay que concentrarse y olvidarse del cansancio y los dolores y seguir adelante, un paso detrás del otro hasta llegar. Acá, el kilómetro 30 seguramente será el 31 de marzo. Vayamos juntando fuerzas porque, inevitablemente, llegará.
 
  La vida en los tiempos del coronavirus: calma, que esto recién empieza