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Argentinos: ¿Narcisistas y Pedantes? Imprimir
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Escrito por Diego Oscar Durán   
Lunes, 30 de Agosto de 2010 19:30

 
Es difícil expresar una idea en unos pocos renglones, y más aún lo es expresarla sobre todo un pueblo que -gracias a Dios- y a mi manera de ver, sigue manteniendo su “identidad” por su propio narcisismo y pedantería .
 
“Los argentinos son
uruguayos con complejo de superioridad”
 
 

 Tanto Freud como Adler se dedicaron a analizar el denominado complejo de Narciso o narcisismo, denominación que reina desde 1914.
El narcisista es una persona que pretende que la admiren por sus logros, pide que la celebren con aplausos y ser el centro de atención. Se muestra ante la sociedad como una persona llena de cualidades y méritos -aunque en realidad no los tenga - y es al mismo tiempo incapaz de expresar comprensión por los sentimientos de los demás. Es identificable con el llamado “Complejo de Superioridad”.

  Al hablar de pedantería, nos tenemos que evocar a las formas de expresión que se adjudican al tipo de individuo intelectual o que pretende serlo. Lo vemos a menudo en profesores, artistas, escritores y letrados, y tiene su acento en la manera de expresión, tanto oral como escrita. Según la Real Academia de Letras Españolas, se define como pedante a la “persona que hace alarde de lo que sabe o ha logrado sin tener motivo y sólo para deslumbrar a los que le escuchan”. Es lo que se conoce como “Vanidad”.

  Mikel Dufrenne (Filósofo francés - Profesor de la Universidad de París-Nanterre), tomó como base los estudios del antropólogo y psicoanalista estadounidense Abram Kardiner (1891-1981), y llegó a la conclusión de que existe una “personalidad básica” encarnada en la psique propia de los miembros de una sociedad. Esta personalidad, se manifiesta a través de un determinado estilo de vida que ayuda a los individuos a aferrar sus diferentes singularidades. De esta manera se conforma el rasgo característico de cada grupo de individuos -el carácter- y la razón del ser por sobre los demás y del querer por sobre sí mismo.

  ¿Podría afirmarse que una comunidad, un país, puede tener identidad y sufrir de determinados complejos? Con mis veinte y algo de años, podría decir -sin temor a equivocarme- que nuestra sociedad no hubiese podido sobrevivir de no ser por estos caracteres.

  En general, el argentino promedio es narcisista y lo demuestra en una forma radical. Al vivir contemplando sólo su imagen, su vida, sus metas y no reparar en el otro, está demostrando un exceso de banalidades propias de sí mismo.

  Su pedantería se denota en la forma de hablar, en los modos, las actitudes, la forma de caminar, de vestir. Haciendo galanura de sus dotes, intenta exhibirse frente a grandes o pequeños auditorios y provocar esa mecha de envidia por sus muchos logros.

  Si viajamos atrás en el tiempo, no demasiado lejos, tal vez hallemos algunas respuestas a este interrogante del “ser argentino”. La historia nos cuenta que un tal Sarmiento junto a un tal Alberdi idearon el “sacrificio” de la vieja ascendencia criolla para llenar los vacíos con sajones, quienes, a su entender, nos proporcionarían una identidad diferente que marcaría el inicio de un nuevo país. Pero Europa ya era un continente desgastado con una identidad desgastada y con poco para ofrecer.

  Fue así que para su desgracia, y tal vez la nuestra, los ingleses se agaucharon junto a los franceses y los italianos. Y fueron ellos mismos los que se encargaron de forjar nuestros ethos (modo de ser) y nuestras mores (moral), los cuales combinados con la idea de una reciente y pobre “identidad nacional” resultó en lo que hoy llamamos ciudadano argentino.

  ¿Fue así que nuestro dogma de convivencia fue reemplazado por el ejercicio del narcisismo y el pedanterísmo? Es probable.

  Pero, ¿dónde quedó ese ideal del “ser” que nuestros antepasados quisieron inculcarnos sin éxito, gracias a algunos idealistas antinacionales, y que hoy llamamos “próceres”, con sus valores, sus creencias, sus esperanzas, sus sueños, fallas y aciertos?

  Alguno de nuestros celebres escritores, podrían responder esta pregunta dándole un tono de cuento imaginario y decir: “No volví a verlo. Mucho más tarde supe que había muerto de una gran peste que se abatió sobre Europa hacia mediados de este siglo. Ruego siempre que Dios haya acogido su alma y le haya perdonado los muchos actos de orgullo que su soberbia intelectual le hizo cometer”. 

 

 

 

Columnista:
Diego O. Durán
portaldelarealidad.blogspot.com

 

 

 

Argentinos: ¿Narcisistas y Pedantes?