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Carta a los Productores Rurales por Héctor Toty Flores Imprimir
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Martes, 07 de Septiembre de 2010 22:20

Héctor Toty FloresHace cuatro o cinco años, cuando con el Movimiento de trabajadores Desocupados –MTD La Matanza- estábamos transitando la integración con otros sectores, tuve la oportunidad de acercarme a los productores rurales. Con ellos también comenzamos a recorrer un camino común que dos años más tarde nos encontró codo a codo en las rutas, defendiendo la dignidad.

Porque así como cuando a mediados de los noventa, el estado respondió a nuestro reclamo de fuentes de trabajo con planes asistenciales haciéndonos dependientes de sus dádivas; también en 2008 el gobierno, invadido por la sed de poder y de dinero, buscó imponer retenciones desmedidas “ninguneando” el trabajo de la gente del campo. Cuando los chacareros salieron a las rutas, nosotros vimos más allá de sus razones económicas; vimos que lo que estaban haciendo era defender su dignidad y eso fue lo que nos impulsó a acompañarlos en esa lucha.

Porque no nos tenemos que olvidar que esos productores que en 2008 le dijeron “basta” a las retenciones desmedidas fueron los mismos que en 2001, cuando el país estaba sumido en la peor de las crisis económicas, aceptó pagar retenciones y ayudar a que la Argentina resurgiera de ese pozo en el que estábamos hundidos. Porque el hombre de campo es solidario, se brinda a los demás y si lo dejan trabajar gasta su dinero en el almacén de su pueblo, reinvierte en tecnología, busca aumentar su producción apostando por la tierra, con la que tiene una relación muy especial, casi incomprensible a los ojos de la gente de ciudad.

Hoy, dos años más tarde, aunque juntos hayamos podido frenar la voracidad del gobierno por dominar al campo con la resolución 125, la lucha continúa. Hoy no hay retenciones móviles, pero existe lo que para mí es la unidad básica del campo: la Oncca. Así como muchas personas del conurbano que están pobres (porque uno no “es” pobre sino que “está” pobre por diversas circunstancias) están atadas a entregar su voto por un favor del puntero que maneja la unidad básica, los productores agropecuarios (sobre todo los más pequeños) hoy están atados a los que manejan la Oncca y discrecionalmente deciden a quién le dan un subsidio, a quién y cuándo le devuelven la plata de las retenciones, a quién dejan operar en el mercado y a quién no, cómo reparten las cuotas de exportación. En fin, el clientelismo político, ya no solo a través de las retenciones sino también de la mano de la Oncca, se ha instalado en el campo. Y nuestra experiencia nos muestra adónde nos lleva como sociedad el clientelismo político, que es la forma más perversa de corrupción: a la destrucción del trabajo como valor, al que tenemos que recuperar como rector de la vida social.

Nuestro gran desafío es frenar el mecanismo por el cual el gobierno, a través de las retensiones y de la Oncca, toma recursos del campo y los usa para sostener ese pulpo que se vale de los planes asistenciales para ir envolviendo cada vez más a las personas en situación de pobreza. Y la forma de enfrentar esta red mafiosa no es otra que volviendo a poner el trabajo como el valor principal de nuestra sociedad. Porque actualmente, el problema de la Argentina no es económico. Los números nos muestran que el país crece a niveles históricos, pero al mismo tiempo la desigualdad social no baja: los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos. Cada uno puede tener su opinión formada sobre las razones de esta inequidad social; yo creo que, como dijo el Papa, se debe a una excesiva y permanente necesidad de aumentar las ganancias personales lo que nos lleva a poner el dinero por encima de las personas.

En este marco actual, veo que el interior tiene la ventaja de contener lo que yo llamo un reservorio moral. Porque a diferencia de las ciudades, el interior no ha sido arrasado por la vorágine del día a día que va deshumanizando a las personas. Es necesario que el campo se haga fuerte en esos valores que todavía sostiene y no deje avasallarse –como está empezando a suceder en algunas ciudades del interior con, por ejemplo, el paco.

Desde ese lugar, junto con los que desde las ciudades nos resistimos a entrar en el juego de quienes buscan descaradamente el poder abusando de la situación de pobreza de sus hermanos podremos recuperar aquellos valores que nos legaron nuestros antepasados cuando soñaron para nosotros el país del ascenso social, el país de la igualdad.

Hoy, después de recorrer un largo camino con mis compañeros de La Juanita, estoy convencido de que el camino para volver a ordenar los valores de la sociedad en  beneficio del bien común es la integración. La integración del campo con la ciudad, del trabajador con el empleado, de los sectores más vulnerables con aquellos que han tenido en la vida mayores oportunidades. El empresario tiene que saber decirle al trabajador que necesita de él para seguir siendo empresario y al mismo tiempo el trabajador tiene que poder decirle al empresario que sin él como empresario, cumpliendo la responsabilidad social, no puede seguir siendo trabajador.

Los productores agropecuarios nos han demostrado a lo largo de la historia de lo que somos capaces los argentinos cuando buscamos el progreso. La siembra directa y el silo-bolsa son dos ejemplos –entre muchos otros- que dan cuenta de nuestra creatividad. Gracias a ella, el sector agropecuario ha logrado una revolución en la productividad que ha empujado el crecimiento económico del país. En el futuro, necesitamos que esa revolución tecnológica sea acompañada por una revolución en las relaciones sociales para que el excedente que se logró y se sigue logrando a través de la innovación sea distribuido de una manera más justa.

Pero distribución del ingreso no significa recortarle de entrada al productor agropecuario una parte desmesurada de su ganancia, privándolo de su capacidad de crecer, de invertir en mejorar la producción, en renovar la maquinaria, en intentar un cultivo nuevo o una innovación genética. Distribuir el ingreso está lejos de recortarle al productor la cantidad de dinero que puede gastar en el almacén del pueblo o ciudad cercana a sus tierras, que vive justamente de los productores agropecuarios.

Cuando pienso en las retenciones al agro, recuerdo una de las tantas trabas con la que nos topamos en el taller de costura de La Juanita. En un momento, logramos llegar al mercado italiano con las remeras confeccionadas por nosotros y eso nos llenó de orgullo. Pero cuando empezamos a hacer los números, nos dimos cuenta que el precio que nos querían pagar no era tan beneficioso para nosotros. Como en todo intercambio, el precio no lo poníamos nosotros sino todos los que ofrecían sus productos a aquella empresa que nos compraba. Fue entonces cuando un amigo me explicó por qué a nosotros no nos cerraban tan bien los números como a los que producían remeras similares en África: alrededor del 10% de la plata que nos pagaban por las remeras, se la quedaba el Estado argentino en calidad de impuesto a las exportaciones. En ese momento, comprendimos que además de lo que significaba crear una cooperativa de costura autosustentable, debíamos lidiar con el pié que el Estado argentino –por el simple hecho de exportar- nos ponía encima imponiéndonos un techo para nuestro crecimiento.

En este contexto internacional magnífico para la agroindustria y la producción agropecuaria yo me pregunto, qué más queremos los argentinos que el campo crezca, que el interior crezca. Cuando el campo crece, se fortalece la Argentina toda. Porque el hombre de campo vuelca su plata en los pueblos y las ciudades del interior, que reflejan mejor que nadie la situación del campo. Cuando al campo le va bien, uno puede respirar el progreso en esos pueblos, en esas ciudades. Y la gente es feliz allí, cerca de la tierra, cerca de sus afectos. En cambio, cuando las oportunidades en el interior van desapareciendo porque la producción agropecuaria empieza a sufrir, la gente busca como salida el mudarse a las grandes ciudades, especialmente a Buenos Aires.

Conozco a mucha gente que se mudó al conurbano pensando que allí tendría más y mejores oportunidades de trabajo, de educación y, aunque por ahí las hayan encontrado, ven con nostalgia la vida que dejaron atrás y están esperando la oportunidad de volver a sus raíces. Qué lindo sería que el campo vuelva a atraer a aquellas personas que en años anteriores, de peores cosechas, de baja rentabilidad, de bajos precios internacionales tuvieron que dejar sus pagos en busca de un futuro mejor.

Estamos frente a una oportunidad histórica para que esas tristes migraciones hacia la ciudad se reviertan y que el interior de la Argentina vuelva a florecer. Pero para eso es necesario un Estado que deje progresar al campo y que acompañe ese crecimiento llevando más escuelas, universidades, tecnología e inversión al interior.

Es difícil imaginarse a este gobierno impulsando semejante desarrollo del interior luego de incitar a que nos peleemos entre hermanos, a que los sectores empobrecidos salgamos a enfrentar a los del campo por la mesa de los argentinos. Debemos rescatar y alegrarnos de que no lo hayan logrado. Pero como dije antes, todavía no hemos triunfado en la defensa de la dignidad de las personas que sólo la da el trabajo. Todavía tenemos un camino que recorrer, que requiere que movilicemos las estructuras políticas necesarias para hacer posible el sueño de una Argentina igualitaria, justa y libre de sectores marginales. Necesitamos de dirigentes que le hagan frente al clientelismo político, que estén comprometidos con los valores de la lealtad hacia los ciudadanos y la búsqueda de justicia y bien común. Necesitamos dirigentes políticos que no se dejen convencer de las bondades del “roban pero hacen” que tanto mal ha hecho generando una verdadera fabrica de pobres en el conurbano bonaerense. Necesitamos dirigentes que cumplan con lo que prometen en las campañas electorales y legislen en consecuencia, porque la peor transgresión a los valores, es mentirle al ciudadano que tiene confianza en ese dirigente. Ante semejante despliegue de corrupción, hace falta gente con coraje, gente que esté dispuesta a sacrificarse para que gane el país, para que ganemos todos nosotros y aquellas generaciones que nos sigan.

Pero no esperemos a que otros hagan por nosotros, todos somos protagonistas de esta transformación hacia la Argentina del progreso; y como protagonistas, cada uno desde su lugar, y de acuerdo a sus posibilidades, debe asumir su compromiso hacia el bien común. De eso se trata también la integración social, y estoy convencido que es a través de ella que vamos a lograr la Argentina de la abundancia y del progreso. A doscientos años de la fundación de la patria, es necesario que nos pongamos en movimiento.

La Matanza Septiembre 2010

 

 

 

Carta a los Productores Rurales por Héctor Toty Flores